Acorazado Musashi, o de lo blando y lo duro

De antiguo se sabe que lo débil prevalece sobre lo fuerte

 

Borneo, 1 Octubre, 1944. El maquinista de primera Takeda Masahiro ‘Masa’ lleva días con la misma pesadilla. ¡Ansiedad! ¡Ahogo! ¡El corazón va a explotar! El clima de Borneo es insoportable. Trabajar en la panza del acorazado Musashi con ese calor y esa humedad es duro de narices.

—¿Otra vez lo mismo? —pregunta Takeshi.

—Sí, otra vez.

—Siempre hay una salida, Masa.

—En mi sueño, no.

—Ya verás que sí que la hay. Si las cosas fueran mal, ya nos harían subir.

—Pasa cada noche. Es un horror. Encerrado, aquí abajo, sin aire. Y esa puerta de acero que está dos niveles más arriba es tan gruesa, ¿sabes cuánto pesa?

—El ingeniero eres tú.

—Si se atrancase…

— Mira que eres pesimista, Masa. Esa puerta está para protegernos. ¿Por qué se ha de atrancar?  Ni con una granada te la cargas.

El bueno de Takeshi siempre tranquilizado al personal.

—A veces pienso…

—Tú piensas demasiado, ingeniero.

—He oído cosas

—¿Qué te han dicho?

—Podría ser… podría ser…

—Podría ser, ¿qué?

—Podría ser que la guerra no fuese tan bien como nos dicen. Llevamos ya tres años y…

—¡Calla! ¡Calla! Si lo dices otra vez yo no podría… Tal vez me viese obligado a…

—Tú eres bueno, Takeshi. Sabes que aquí abajo a la que uno piensa…

—¿Qué te han dicho?

—Se dice que en las Marianas perdimos el Taiho. Era el último.

Sólo se oye el rumor de las máquinas.

—Ya no nos quedan portaaviones, Takeshi. Ni portaaviones ni aviones.

Takeshi espera un momento. El rumor de las máquinas sigue incesante. Abajo nadie oye una conversación ajena si no clava oreja. Takeshi ya se lo ha pensado.

—Y, ¿qué? La flota de acorazados está intacta. Sólo perdimos el Mutsu, y no fueron los americanos.

—Eso demuestra que un acorazado también puede caer.

—Eso fue una explosión fortuita desde dentro —Takeshi busca aire con un suspiro—. Masa, Masa, ¿es que no sabes dónde estás?

—Aquí abajo, con setenta mil toneladas de acero por encima.

—Deberías sentirte afortunado, y orgulloso. En la Prince eras mecánico de coches, eras bueno y apuntabas alto, se sabe, los de arriba lo saben. Por eso estás aquí, en el Musashi, ¡el Musashi! Eres maquinista de primera en el barco de guerra más grande de todos los tiempos. Cuidas de nuestra madre, del corazón que la mueve. Y ella sabe que le eres fiel, le sacas más potencia a sus motores que los maquinistas de su gemelo Yamato.

—Bueno, yo…

—Aviones, portaaviones… va! Todavía no hemos entrado en combate de verdad. Cuando los americanos vean al Musashi, se van a cagar los pantalones. Nuestra madre nos protegerá. ¡Acorazado Musashi!

El acorazado Musashi, el segundo de la clase Yamato. 73.000 toneladas, 263 metros de eslora, 37 de manga, un puente de mando alto como tres edificios, una potencia de 150.000 caballos de vapor, y nueve cañones con una boca de 457mm de diámetro que pulverizan cualquier blanco a treinta kilómetros. Impresionante Musashi.

El Musashi desde proa

—Sí, Takeshi, ya sé que tienes razón.

—Eso, que con este calor sólo nos faltabas tú con tus agobios. Mira nuestros cañones y te tranquilizarás.

—Desde aquí abajo no los veo.

—Entonces, piensa en cómo les vamos a dejar el culo a los americanos. Tu eres listo, ingeniero. ¿Puedes pensar eso, no?

Risa.

Antes, antes del cambio, antes de la guerra, el bueno de Takeshi era abogado. Un día, a solas, confesó que para él sólo existen la ley y la lógica. La ley por encima de todo y números que cuadren. En la sala de máquinas del Musashi no valen las filosofías, es el infierno, se tardan 20 minutos en llegar a cubierta y ver el sol. Takeshi lo sabe y se adapta a su gente. Los principios son los mismos pero hay que simplificar. Cañones, acero, potencia, seguridad… ‘El Musashi es nuestra madre’ repite. ‘Las paredes de nuestro casco tienen 41 centímetros de espesor del mejor acero, ¿dónde estaríais mejor protegidos, eh? ¿eh?’ les repite una y otra vez a los chicos. El gobierno ha hecho bien en poner al comisario Takeshi en las máquinas. Él sabe subir la moral a los que cuidan del ‘corazón de la madre’.

—El nuevo comandante del Musashi Toshihira Inoguchi es un experto en fuego antiaéreo.

—Sí, Masa, ya lo sé. Y…

—Los aviones… eso es que los aviones les preocupan.

—El comandante Toshihira es un experto en muchas cosas, mejor que mejor, ¿no? —Takeshi mira a la concurrencia— Pero, a ver, ¿qué puede hacernos un avión aparte de cosquillas? Y, por contra, si lo roza una sola andanada del más pequeño de nuestros cañones, empieza a volar como una mosca que ha bebido sake. ¡Ja!

Ahora sí, las risas rechinan en el submundo metálico.

Toshihira Inoguchi

 

Operación Sho-I-Go.

13 de Octubre. El comandante Toshihira Inoguchi es ascendido a contralmirante.

—Ya lo decía yo —exclama el bueno de Takeshi—, ya os decía que es un tío competente. ¡Venga, a celebrarlo como se merece!

Todos rien. Takeshi sí que sabe hablar claro a los maquinistas, palabras llanas, sin tecnicismos jurídicos. Vierte generoso el sake que guardaba para la ocasión. Aquí abajo se celebran las cosas de arriba, los maquinistas tienen poco que celebrar.

El Musashi en 1944

18 de Octubre. Se aplica camuflaje negro en la cubierta. Algo se está preparando.

20 de Octubre. El Musashi se une a la fuerza A, con su gemelo el Yamato y el Nagato, bajo las órdenes del vicealmirante Kurita Takeo. Operación Sho-I-Go, operación victoria.

—Vamos a las Filipinas. Los americanos quieren desembarcar en Leyte —dice Takeshi a modo de confidencia.

—¿Leyte?

—El golfo de Leyte, ¿es que nos sabéis geografía, mastuerzos? Ay, ay, ay. ¡Las Filipinas!

Se oye el fuerte ronroneo de las turbinas.

—Ahora sí que les vamos a dar. En el 42, Kurita se enfrentó a americanos, ingleses, holandeses y australianos juntos. Y, ¿sabéis qué pasó? ¿Os acordáis de lo que pasó?

Ojos perlados, mejillas de hollín, miradas papanatas.

—Pues que no les dejó un sólo barco, eso es lo que pasó. Y, ¿sabéis cuántos perdimos nosotros?

El rumor de las turbinas por respuesta.

—Ninguno, no perdimos ninguno —exclama Takeshi con los brazos en alto—. Y ahora todavía será más fácil porque los americanos están solos. ¡A por ellos!

Hurras entre ruidos de máquinas.

Kurita Takeo

23 de Octubre. Estrecho de Palawan. ¡El Atago hundido! Ha sido un submarino.

—Los americanos son unos cobardes. Siempre atacan a escondidas.

—Era el buque insignia de Kurita.

—Sólo era un crucero. El Musashi es siete veces más grande. Y Kurita se ha salvado. Ahora está en el Yamato. A ver si lo pueden tocar allí.

El crucero Maya hundido. Llegan 796 marineros al Musashi.

—No pasa nada, bueno, sólo que la madre tiene ahora más hijos —bromea Takeshi.

24 de Octubre. Mar de Sibuyan.

07:43. El Musashi se sitúa a estribor de la Fuerza A.

El listo de Takeshi se ha hecho amigo de un tal Tomonaga. De lo más conveniente. Ese Tomonaga es uno de los enlaces de comunicaciones en el puente de mando, de los de arriba, y ha prometido que contará todo lo que vea. En máquinas se agradece mucho saber qué pasa arriba.

08:10. Dos Consolidated PB4Y Catalina de reconocimiento americanos.

—Hay aviones, Tomonaga me lo ha dicho por radio.

Aviones siniestros. En corazón en un puño.  Los compañeros no son conscientes del peligro, o no lo dicen.

—El pobre Tomonaga debe estar sordo allí arriba —bromea Takeshi. Todos ríen. La caldera no para.

10:28. Tomonaga otra vez. 40 aviones avistados.

10:28. ¡Son Curtis Helldivers! Bombarderos en picado.

Un rumor viene de proa. Incertidumbre.

Tomonaga lo confirma: una bomba ha caído en la torreta uno.

—El espesor allí es de 65 centímetros de acero, por eso apenas nos hemos dado cuenta —dice Takeshi.

El Musashi va a 24 nudos. Buena velocidad.

10:29. Tres torpederos Grumman Avenger.

Esta vez es estruendo es más fuerte. Los maquinistas se espantan.

Un torpedo ha explotado a estribor. El Musashi se escora. Se dejan entrar 3.000 toneladas de agua para equilibrar el buque.

—¡Dale más! Hemos de mantener la velocidad del resto de la flota.

24 nudos. Perfecto.

—Dos Avenger derribados —dice por radio Tomonaga.

—Un experto, ese comandante nuestro, ¡un experto! —Exclama Takeshi —y bien por Masa.

¡Masa! ¡Masa! ¡Maaaa-sa! La caldera a tope.

 

Ataque al Musashi

11:54. —¡Tomonaga dice que nuestro hidroavión ha detectado 40 aviones americanos! ¡Oh!

—Deja esa radio. ¡A trabajar!

—Están a 80 kilómetros.

—¡A trabajar!

11:57. ¡Más aviones!

—¡A trabajar!

12:03. ¡Ocho Helldivers! ¡Boom! ¡Boom!

—Han caído dos bombas de 500 libras en cubierta —dicen los que están justo por debajo de la puerta gruesa.

—Aquí estamos bien.

Y, ¿Tomonaga?

—La sala de motores 10 está ardiendo.

Silencio. Todos saben lo que eso significa. Pobres diablos.

La velocidad baja a 22 nudos.

Suficiente para poder seguir al resto de la flota. Eso es lo que importa.

¡Dos Helldivers derribados! ¡Bien!

Y eso es que… ¡Tomogana está vivo!

12:06. El segundo ataque continúa. ¡9 torpederos Avenger! Martillo-Yunque —dice Tomonaga.

—¿Qué es eso?

—Que nos atacan por los dos lados.

—Y, ¿qué?, tenemos antiaéreos en los dos lados —dice Takeshi.

Velocidad 22 nudos.

El Musashi atacado en el mar de Sibuyan

13:31. Tercer ataque. ¡Son 40 aviones! ¡Avenger y Helldivers! ¡Estruendo! ¡Fuego! ¡El Musashi tiembla!

—Nos han alcanzado cuatro torpedos. ¡Cuatro! ¡Y tres bombas en cubierta!

—¡Nada, estamos blindados! ¡Dad gracias a la puerta gruesa!

—¡Uno de los torpedos ha alcanzado el hospital de proa! Hay muchas víctimas.

13:50. Escora a estribor. La proa baja 13 pies.

—¡Dale a la caldera!

Velocidad 20 nudos. Vamos bien.

La proa inundada

14:12. Cuarto ataque. 12 Helldivers. Seguimos a 20 nudos. Tomonaga dice que el crucero Tone vendrá a apoyarnos.

—Bien, dice Takeshi.

14:55. Quinto ataque. ¡Han contado 67 aviones allí arriba! ¡Son del Franklin y del Enterprise!

—¡El Enterprise! —dice un maquinista veterano.

—¿Qué?

—Ese portaaviones es un diablo. No lo pudimos coger ni en Midway ni en Guadalcanal.

—Pues ahora se las va a ver con el Musashi —responde Takeshi enervado—. ¿Cuántos cañones, qué blindaje tiene el Enterprise, eh? ¡Una mierda, eso es lo que es!

—Qué bien que habla Takeshi —dice un operario joven.

¡Boom! ¡Boom! Cuatro bombas y tres torpedos. ¡El equipo de control de daños ha sido aniquilado! Pobres. Humo.  No se puede respirar. Huele a carne quemada. Tos.

—¿Velocidad?

—16 nudos.

15:25. Sexto ataque. ¡75 aviones! ¡No pueden tener tantos! Del Franklin, del Intrepid y del Cabot.

15:30. Bomba en el puente. 52 muertos.

—¿Y el comandante?

—Está herido pero sigue en el puente segundo.

—Hay esperanza, entonces.

No se puede respirar. Las paredes metálicas arden. Dos se han abrasado la espalda. No hay sanitarios. Sus gritos apenas se oyen. El olor a carne quemada da náusea.

Tres bombas en la sala de comunicaciones. ¡Tomonaga!

Dos bombas en las costillas estribor.

Una bomba en la cubierta de bandera.

Otra en el hospital. Allí no queda nadie vivo.

Otra en el cuarto de oficiales de estribor.

Tres torpedos a babor.

Compartimento de pólvora inundado.

Seis torpedos a babor.

Caldera 8. ¿Dónde están? ¡Abrasados!

El eje de la hélice está torcido. La madre ruge en sus entrañas.

¡La escora es de 15 grados!

—Hay que inundar.

—¡Queda gente abajo!

—¡Hay que inundar!

—¡Son maquinistas, de los nuestros!

—¡Inundar!

15:31. Se reduce la escora a 10 grados. Velocidad 6 nudos.

—¡La flota se va! ¡Kurita nos abandona!

—El Tone, el Shimakaze y el Kiyoshimo se quedan con nosotros!

—Dos Avenger derribados. ¡Pero ese ya no es Tomonaga!

No se puede respirar. Los compañeros se desvanecen.

16:27. ¡Todos a estribor!

—¿Eh?

—Hay que reducir la escora.

—¿Y los que no pueden andar?

—Se quedan. Ya vendremos después a por ellos, después.

19:15. La escora vuelve a ser de 12 grados.

¡Abandonar el barco!

 

Lo blando y lo duro

Un portaaviones es en esencia un hangar flotante con una pista de despegue por encima. Un portaaviones no tiene ni los cañones ni el blindaje de un acorazado, en un combate singular a distancia de tiro de cañón  no tendría ninguna oportunidad. Pero en la II Guerra Mundial, los «débiles» portaaviones fueron los dueños y señores de las anchuras del Pacífico, fueron el arma definitiva que relegó a los inútiles acorazados. Curiosamente, en la Batalla del Golfo de Leyte, por una serie de azares, los acorazados japoneses sorprendieron a los portaaviones de la 7a flota y, curiosamente, no aprovecharon la única oportunidad que tuvieron.

 

“Lo que se tiene que encoger, antes se debe estirar. Lo que se tiene que debilitar, antes se debe fortalecer. Lo que se tiene que derrocar, antes se debe instaurar. Aquel  que quiere recibir, debe empezar por dar. A esto se le llama atenuar la propia luz. Pero es así que lo blando vence a lo duro, y el débil al fuerte. Deja el pez en el fondo de su estanque, mejor que el estado guarde sus armas afiladas donde nadie las pueda ver.” 1

Los versos de  Lao Tse fueron escritos hace más de 2.000 años pero siempre son de actualidad. Lo blando vence a lo duro, y el débil al fuerte, y así la raíz de la flor resquebraja la dura piedra, y el muerto es duro y rígido y el recién nacido blando y suave. Y así la civilización pasó de la piedra al bronce, del bronce al hierro, del hierro al plástico y del plástico al software etéreo. El débil vence al fuerte, también en nuestros tiempos. Tú ya me entiendes.

 

¡Abandonar el barco!

—¿Y los de más abajo?

—Voy a buscarlos, dice Takeshi. Tú sube.

—Pero…

—Sube, Masa, tienes 20 minutos.

Gatos, palancas, martillazos… la puerta gruesa está atrancada.

El agua llega ala cintura. Los hombres pican con todo, les sangran las manos. Gimen de desesperación. Se ahogan.

Un estruendo. Oscuridad. Histeria. Sollozos.  Otro estruendo. Terrible. Las máquinas paran. El acero cruje siniestro. El corazón va a explotar. La pesadilla. Tercer estruendo. El techo se colapsa. Más agua. ¡Un boquete! ¡Un boquete!

 

El Musashi se hundió el 24 de octubre. Se rescataron 1.376 supervivientes, Takeda Masahiro llegó arriba, Takeshi, no. 1.023 tripulantes quedaron atrapados en el barco, incluido su capitán.

 

1 Tao Te Ching, atribuido a Lao Tse, traducción del Chino de Arthur Waley (libro: The way and its power). Traducción propia del inglés.