El conservadurismo
El conservadurismo
Una ideología triunfante a diseccionar
–Corren días locos, mi querido Winnie. Las palabras cambian tanto que al final no nos vamos a entender.
–¿Ah, sí?
–Ahora resulta que en Europa un liberal es de derechas y en Estados Unidos de izquierdas.
–Pero que muy de izquierdas, Franklin.
–Hombre, no tanto.
–¿Que no? Además, esos son los perdedores.
–Los liberales, ¿perdedores? ¿Cuáles, los de…?
–Sí, sí, perdedores. En nuestros tiempos tal vez fuera distinto pero debes entender que el futuro es de los conservadores. Esos sí que ganan.
–A ver, explícame eso.
–La victoria del conservadurismo se fraguó en los años 70 y 80 en nuestro mundo anglosajón y el colapso del comunismo fue el espaldarazo definitivo.
–Pero en estos últimos años, la Gran Recesión, los populismos, el capitalismo mismo se pone en tela de…
–Ja…
–Que se te atraganta el puro.
–¿El capitalismo en tela de juicio? Vas despistado, Franklin. A quiénes les va mal es a los progres tradicionales.
–Eh…
–¡Ja! ¿Te das cuenta? Progres y… tradicionales, es que no cuadra. Así van de confundidos los pobrecillos.
–Va, toma un poco de tu Johnnie Walker, Winston. A ver si se te aclara la garganta.
Bocanada de puro espléndida, anunció de la perorata.
–Ya no estamos en los 30, mi buen Franklin. La victoria total está cerca. El conservadurismo triunfa por todos los lares. En Alemania gobierna impertérrito desde 2004; en Francia se yergue sobre el cadáver socialista y prepara el ánimo para empresas mayores; en Austria cabalga brioso a lomos de un líder joven; en España, a falta de uno, ya hay dos partidos alfa, conservadores, claro; en los Estados Unidos, el declive de la clase media y la desigualdad han traído a Donald Trump. Y si cambiamos de hemisferio, lo mismo. En el Japón, las décadas perdidas de la deflación no han traído otra cosa que el retorno del partido liberal democrático, el de toda la vida, y el premier Shimzo Abe visita el santuario de Yasukuni. China protesta porque dice que allí hay enterrados criminales de guerra. ¡Ay, la China! Egrrr.
La nube brota magnífica del habano, un Romeo y Julieta Reserva Real.
–Egrrr. ¡Ay, la China! Xi Xinping impone su autoridad con mano de hierro y muchos ya ven una vuelta a las esencias de los tiempos de Mao. Conservadurismo comunista, amigo mío. Curioso, ¿no?, conservadurismo comunista, progres tradicionales. Sí tienes razón, Franklin, tiempos locos.
–Ya. Pero todos esos conservadurismos no son iguales. ¿Seguro que puedes llamarlos conservadores?
–No sé. Parece que tendremos que ver qué es lo que entendemos por conservador, ¿no te parece?
–Pues sí.
Dos pistas insatisfactorias
–Nuestra primera indagación debe ser en el diccionario, Franklin. Para los filólogos de la RAE conservador es… dícese de una persona, de un partido, de un gobierno, etc. especialmente favorable a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversa a los cambios bruscos o radicales. Y mis amigos de Cambridge dicen que es quien no gusta o desconfía del cambio, especialmente del cambio repentino y brusco. Edmund Burke firmaría esto, y ya sabes que Burke es el padre…
–No estoy de acuerdo, Winnie.
–¿Con quién, con el diccionario o con Burke?
–Con el diccionario y con tu arrogancia taxonomista.
–¿Ahora te metes con el diccionario?
–Sí.
–Creo que tus años de inactividad…
–Oooh, de esto se deduciría que conservadurismo es moderación, pero, ¿qué moderación ves en Trump? ¿Es suave el autoritarismo de Xi Xinping? Convendrás en que esto plantea una duda razonable, Winston Leonard Spencer…
–¿Seguro, Franklin D.?
–Segurísimo, y te diré más, las palabras suenan a veces muy confusas. En el diccionario de papel, conservacionista queda muy cerca de conservador, suena parecido, y un conservacionista es un ecologista.
–Bueno, ahora hay ecologistas de derechas.
–Un tal Joan Serrat cantaba el desastre ecológico del mar y se preguntaba “donde están los sabios y los poderosos que se llaman, ay quién diría, conservadores”.
–Conservador, conservacionista. Un juego de palabras, se entiende.
–Lo que se entiende es que con esto del diccionario no basta.
–Pues busquemos en otro lado. Si no te gusta la árida taxonomía, probemos con lo sobrenatural. En mi época se decía, Dios, patria y rey.
–Winston, por favor.
–Conservador es quién tiene creencias, fe. La fe en el más allá inocula contra el ansia de cambio. De muy antiguo conservadurismo y fe van juntos. Ahí tienes los juicios de Dios del medievo, el fervor religioso contemporáneo de Estados Unidos que carga contra Darwin y las felicitaciones navideñas de Trump que vuelven a ser confesionales. Y mira en España.
–¿España?
–Un caso especial. Cuándo eran la reserva espiritual de Occidente hablaban de la cruzada contra masones, judíos y comunistas y en las pesetas españolas ponía “Franco, caudillo de España por la gracia de Dios”, y hoy todavía conservan la cruz gigante del Valle de los Caídos. Nada, que confesional es a conservador como ateo es a progre, Franklin.
–Claro, claro… Hace unos años fui a un seminario sobre Confucio.
–¿Eh?
Boca abierta, el puro rueda incendiario por el suelo.
–¡La alfombra!
Enciende otro Romeo y Julieta y esta vez sale una nube de filigrana.
–Ya está apagada, la alfombra.
–Te vas a ahogar con tanto cigarrote.
–¿Confucio, el sabio chino? ¿Y este a qué viene?
–Yo levanté la mano y dije lo que tú acabas de decir.
–Y bien dicho que dijiste, Franklin.
–«Está usted muy equivocado», respondió el conferenciante.
–Oh, ¿cómo pudo atreverse?
—«Usted está prisionero del pequeño ámbito espacio-tiempo de la España del siglo XX».
–Pero en las pesetas decía…
—«Viaje, hombre, viaje. Viaje en el tiempo y en el espacio y verá», me dijo.
–Y, ¿cómo se hace eso?
—«En la antigua China –empezó muy calmo– las dinastías dependían del favor del Cielo, lo que guarda cierta similitud con lo del caudillo de España por la gracia de Dios. Pero le aseguro que eso de depender de la gracia del Cielo no es tan buen negocio como parece. La creencia en el más allá hace al poder terreno menos absoluto, más contingente. Al fin y al cabo debe usted considerar que, si el Cielo se enfada, adiós dinastía. Claro está que la dinastía gastaba importantes recursos en agenciarse buenos augures que interpretasen los eclipses y las tormentas de una forma conveniente para el que mandaba, pero eso de los augurios es arriesgado. El resultado es que esta dependencia del favor celeste hace que en la historia de la China haya muy pocas dinastías que lleguen a los 300 años y, sin embargo, en Japón, donde el Cielo importa bastante menos, la familia imperial lleva en el poder más de 2.600 años. Eso sí que es eternidad…divina”.
–Yo añadiría que esto también pasa en nuestros tiempos laicos.
–¡Pero, Franklin!
–Sí, sí. Hoy los pudientes financian a periódicos arruinados y les hacen decir lo que ellos quieren. Y muchos analistas, pensadores y escritores, que pasan mucha penuria los pobres, dirán lo que les hagan decir por un mendrugo. Hemos progresado, lo de los laicos es más sólido que lo de antaño pues ya no depende del geniecillo de la lluvia. ¿No criticabas tú al hombre del tiempo antes de cada batalla?
Esta vez el asombro es menor y el Romeo y Julieta aguanta en la boca.
–Interesante, Franklin, interesante.
–¿Vas al cine, Winston?
–Leo libros y tomo Johnnie Walker red label.
–En la película “Carros de Fuego”, el mediofondista escocés Eric Liddell no quiere correr en domingo por motivos religiosos. Ni el príncipe de Gales ni los lores lo convencen, Dios está por encima de la patria y el rey. Lo de “Carros de Fuego” es por el carro del profeta Isaías, el segundo Isaías que escribió el capítulo 40. Y yo te digo que nada hay más transgresor que el Isaías 40. «Las naciones son como gotas de agua en el caldero y son reputadas como polvillo en la balanza (…) Todos los pueblos son delante de Él como nada (…) Él torna en nada a los príncipes y en vanidad a los jueces de la tierra». Al poder terreno no le sienta bien compartir la autoridad con el más allá. La religión, que no la superstición, es un mal aliado del inmovilismo.
La pista ilustrada
–Veo que eres difícil de convencer, Franklin D. Vayamos a los orígenes ilustrados del conservadurismo. Vayamos a Edmund Burke, el pensador inglés que criticó la Revolución Francesa y al que muchos consideran el padre del conservadurismo. Él define el conservadurismo en seis puntos. Uno, preponderancia a la libertad frente a la igualdad; dos, y casi como corolario, prefiere un gobierno pequeño, que interfiera lo mínimo en los asuntos de las personas; en tercer lugar está el patriotismo; en cuarto, el rechazo de la idea de progreso; en quinto, el elitismo y, en sexto, la aceptación de las instituciones y reglas establecidas.
–Sigue así, Winnie, que a lo mejor me convences.
–Si en el caso estadounidense diseccionamos el conservadurismo triunfante de los Reagan, Bush, Krystol o Ted Cruz por esta métrica, la sorpresa es que este conservadurismo de nuevo cuño tan sólo cumple los tres primeros puntos de Burke que, curiosamente, son los más atractivos y fáciles de vender. La libertad es más seductora que la igualdad porque todos queremos ser especiales y que nos dejen hacer las cosas a nuestra manera, que es la buena. Mínimo gobierno significa menos impuestos, sobran las explicaciones. En cuanto a lo de la patria, también es un valor seguro, al a vista está que eso de las banderas siempre tira en todas partes. Y tampoco es casualidad que el nuevo conservadurismo americano desdeñe las tres facetas menos atractivas. Para empezar no es elitista, al menos en las formas. El estilo de un Ronald Reagan, un George Bush junior o un Donald Trump es campechano. Tampoco reniega de la idea de progreso, ni mucho menos, ya que el crecimiento económico y el aumento del bienestar a largo plazo forman parte central del ideario. Y tampoco cumple con el sexto punto ya que, en cierto sentido es revolucionario. El capitalismo salvaje, sin tapujos, abomina las castas. Condoleezza Rice, Asesora de Seguridad Nacional y Secretaria de Estado con Bush fue un ejemplo para la minoría negra, porque el tanto tienes tanto vales relega al olvido la nobleza, la antigüedad y las canas. Visto así, se entiende el éxito de este conservadurismo, sólo coge la parte que vende.
–Sigue así, Winnie, pero date prisa que me ahogarás con este humo tuyo.
–Para encontrar un conservadurismo más integral y puro, más a la antigua usanza, ve a España, que estos cumplen la métrica de Burke al completo. El poeta Antonio Machado defendía el progreso cantando aquello de que “tiempos pasados nunca fueron mejores”. Poco caso le hicieron, murió en el exilio.
–Pero, Winnie, convendrás en que la métrica de conservadurismo de Burke se puede aplicar a todo lo que se mueva, incluso a nosotros mismos, ¿Cómos vas tú de conservadurismo, Winnie?
–Bueno, tampoco hace falta…
–Lo del progreso no lo rechazas y aunque eres duque y muy rancio, te gusta la gente. Y con las ideas establecidas, bueno, tú te cargaste muchas. Un tres de seis, justito. No eres tan conservador como pareces, Winnie.
La cortina de humo se hace densa de narices.
–Bueno, ejem…Y tu amigo Confucio –contraataca el inglés.
–Aquí no juzgamos a nadie, Winnie, es sólo una métrica.
–No, claro, Y, ¿Confucio?
–Pues empata con los americanos, tres de seis. Pero…
–Pero, ¿qué?
–Pues que precisamente cumple las tres que no cumplen los americanos. Es elitista, el pasado siempre fue mejor y, para hacer algo, siempre hay que mirar lo que se hacía de antiguo. Pero ni libertad sobre igualdad ni mínimo estado, y lo de patriotismo va de una forma muy sui generis.
–Entonces, Confucio es lo contrario de un neocon, Franklin Delano.
–¿Y ambos son conservadores?
–Pues…
–Ahora sí que vuelvo a estar confuso, Winnie.
–Bebe un poco, a ver si así.
–Con este humo, ya no puedo más.